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04 noviembre, 2012

Just ride.


Yo estaba en el invierno de mi vida, y los hombres que conocí en mitad del camino fueron mi único verano. Por la noche me quedaba dormida con visiones de mi misma bailando, riendo y llorando con ellos. Tres años seguidos de estar en una gira mundial interminable y mis recuerdos de ellos eran las únicas cosas que me sostenían y mis únicos momentos felices reales. Yo era una cantante, no muy popular, que una vez tuvo el sueño de convertirse en una poeta hermosa, pero después de una serie de eventos desafortunados vi mis sueños truncados y divididos como un millón de estrellas en el cielo de la noche que yo había deseado una y otra vez, brillante y rota. Pero realmente no me importó, porque yo sabía que se necesita conseguir todo lo que siempre quisiste y luego perderlo para saber lo que es la verdadera libertad. Cuándo la gente que conocía se enteraba de lo que había estado haciendo, de como había vivido, me preguntaban el por qué, pero no sirve de nada hablar con gente que tiene un hogar, ellos no tienen idea de lo que es buscar seguridad en otras personas por un hogar donde poder recostar tu cabeza. 
Siempre he sido una chica muy inusual, mi madre me dijo que tenía un alma de camaleón, sin brújula moral que apunte hacia el norte, sin personalidad fija, solo una indecisión interior que era tan ancha y tan vacilante como el océano; y si dijera que no tenía intención en convertirme de esta manera estaría mintiendo, porque yo nací para ser otra mujer, yo no pertenecía a nadie, que pertenecía a todos, que no tenía nada, que quería todo, con un fuego por cada experiencia y una obsesión con la libertad, que me aterrorice hasta el punto de que ni si quiera podría hablar, y me empujó hacia un punto nómada de locura que me deslumbró y me mareó.

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